Ohayo Nippon! Introducción

Artículo introductorio al movimiento que configuró el mundo gamer en la tierra del sol naciente.

Japón. Probablemente no haya otro país que haya logrado inspirar al mundo occidental como lo ha hecho aquél “pequeño” conjunto de islas asiáticas. Es el día de hoy que la influencia japonesa se puede sentir en todos los aspectos de nuestra vida: desde los productos electrónicos que consumimos -Sony está en todos los hogares del mundo de alguna u otra manera- hasta en los recuerdos de infancia de más de un argentino que pasó tardes enteras pegado al televisor disfrutando de esas eternas canchas de fútbol de Captain Tsubasa (aquí conocido como Supercampeones). Inclusive económicamente hablando, China es hoy lo que fue Japón en los ’80, en un enroscado twist de la vida ya que Japón fue históricamente un desprendimiento cultural de China.

En el mundo de los videojuegos Japón fue líder pero no pionero. La industria norteamericana ganó espacios desde principios de los años ’70 de la mano de icónicas empresas como Atari, firma que llegó a regentar a un joven y desconocido hippie que solo comía manzanas llamado Steve Jobs. Estados Unidos logró alcanzar el pináculo máximo del éxito económico en el mercado naciente del gaming. Atari era sinónimo de entretenimiento y si bien Nintendo con Donkey Kong, Namco con Pacman y demás compañías redefinían el panorama del arcade, el epicentro o la madre de todas las batallas era Estados Unidos, y Atari era quién llevaba la revolución de las computadoras personales al plano hogareño del entretenimiento.

La década ganada en Japón: un piquete de Pikachus estatales.

La codicia no siempre es buena.

Un día todo acabó. El crash de los videojuegos es lejos uno de los fenómenos más resonantes para cualquier gamer que se digne en interesarse por su herencia cultural. Las historias y mitos urbanos sobre pilas de cartuchos de ET ocultos en algún desierto de Nevada (o Nuevo México) como si fuesen asesinatos que la mafia quería ocultar, son y han sido fuente de inspiración para libros, cuentos y hasta documentales.

¿Quién tomó la posta ante la debacle de las industrias norteamericanas de videojuegos? Japón y en particular una empresa llamada Nintendo. Mucho se ha escrito sobre el férreo control de calidad que aplicó la empresa de Kyoto sobre los infames third-party developers, pero aquí no estamos para dar visiones tradicionales sino para tratar de encontrar un enfoque alternativo a lo largo de una serie de artículos que intentarán estudiar el porqué del éxito japonés en un mercado que en no menos de dos años vislumbraba un inesperado game over.

En este pequeño viaje los invito no solo a tratar de pensar a la industria de formas radicalmente distintas, sino también a interiorizarse en los aspectos de la cultura japonesa aplicada al mundo de los videojuegos. Para esto será útil recomendarles algún video, introducirlos a algún libro, etc… dejemos que esto sea algo dinámico. Pero quizás hoy sea la oportunidad de entender la cultura industrial que propició el despegue nipón frente al ocaso americano.

Entendiendo al capitalismo americano.

¿Por qué fracasó Estados Unidos y triunfó el Japón en esta intergaláctica guerra de bits? Para entender esto hay que adentrarse en la cultura empresarial de ambos países y un poquito en la situación económica que enfrentaban ambos socios y rivales del capitalismo moderno.

Durante mucho tiempo, el discurso hegemónico nos enseñó que existía un solo tipo de capitalismo que en conjunción con los mercados financieros, conseguía los mejores resultados en materia de prosperidad económica y libertad. Estados Unidos fue el fiel representante y abanderado de esta casi dogmática religión del mercado. En esta concepción, la obtención de beneficios crecientes es todo, literalmente lo único que importa. El capitalismo no es más que comprar barato y vender caro, utilizando la ganancia generada para reproducir este proceso en un bucle infinito. Si observan anteriores reviews de este autor sobre los aspectos financieros de las empresas del mundo de los juegos, notarán que los “profits” (o beneficios) en el corto plazo juegan un papel preponderante en la supervivencia de las firmas, definiendo entre otras cosas el futuro de nuevos proyectos de software (juegos) y hardware (consolas). En el fondo, todos quieren hacer dinerito.

Todo lo que quieren las guachas.

En este marco, la industria naciente de los videojuegos que acompañó la expansión en la comercialización de las computadoras personales para la clase media americana de los años ’70, creció meteoricamente: florecían empresas de hardware y software por doquier en el mundo occidental. Ante un mercado por explotar los primeros en llegar se convierten en millonarios de la noche a la mañana: No faltan las anécdotas del despilfarro y de las fiestas nocturnas en los headquarters de Atari, donde la prostitución y la cocaína se conjugaron gloriosamente con la profesión del game development. Un ejemplo claro de esta espiral bizarra se encuentra reflejada en la serie norteamericana de animación ‘Codemonkeys’, la cual no me cansaré nunca de recomendarles.

Sin embargo, en el capitalismo americano el fracaso también está admitido como algo normal. Aquella destrucción creativa de la cual nos hablaba el economista Joseph Schumpeter también tenía su lado oscuro de la luna: sin ninguna regulación o mecanismo de control interno, la sobre-expansión de la oferta reduce la calidad del producto, desaparecen los márgenes de ganancia y el fracaso financiero ante una caída de la demanda se hace plausible, probable, real. Las empresas vienen y van y los mercados viven en constante cambio, así es como lo dicta el capitalismo de libre mercado americano. No hay individuo fuera de tu esfera de interés u aparato burocrático que se interese por tu situación. You lose, you failed. Game over.

Un poco de historia sobre Japón.

Gracias a Nintendo y Sony existe Donald Trump presidente, pensalo.

Más allá de todo lo que nos hayan querido hacer creer, Japón tenía su propio modelo de capitalismo que poco tenía que ver la estructura conceptual anglosajona. Cuando Estados Unidos comienza a soltarle la mano a Japón en los años ’50, los mismos dirigentes que se formaron en el país de la Segunda Guerra Mundial consiguieron reciclarse para ser los nuevos líderes políticos y económicos del Japón moderno. Sin embargo, sus ideas tenían poco de moderno y mucho de pragmatismo ya que Japón “construyó” su venganza contra el mundo no con armas sino con bienes de consumo masivo. La idea era convertir al Japón en potencia no por la conquista militar sino económica, poniendo en todos los hogares del mundo un producto nipón. Así Japón se convirtió en una economía de guerra en tiempos de paz, un lugar donde no se producían balas sino chucherías electrónicas.

Está claro que para lograr esto, Japón tuvo que reformar su estructura corporativa para quitar este incentivo al profit que tanto erotiza al mundo occidental. Japón iba por el market share es decir por el dominio de las cantidades y para hacer esto, elevó a los managers por encima de los accionistas, dándoles a los primeros el mandato divino del emperador de alcanzar la perfección y dominio global. Produce y compite para sobrevivir sin importar la rentabilidad en el corto plazo, es puro beneficio para los consumidores globales que adquieren de esa pelea encarnizada bienes y servicios cada vez de mayor calidad por parte de las empresas. Por más glorioso que suene este objetivo, todo este sistema se sostuvo en parte con uno de los trucos más viejos en la alquimia económica: imprimir dinero para prestarlo a las empresas y que éllas lo inviertan en nuevos productos (o para cubrir algunas necesidades de caja en esta “competencia a muerte”). Sin necesidad de ganar dinero en el corto plazo, los directivos podían apuntar a proyectos de largo plazo y dormir tranquilos que mañana iban a seguir teniendo un trabajo al cual asistir. Alguien siempre va a vigilar tu espalda su jugabas para el equipo.

En este marco, las empresas japonesas de videojuegos, como así Sony o Mitsubishi, Toyota, etc, corrían con una ventaja enorme en relación a sus pares norteamericanos: su propio gobierno las cuidaba, les prestaban dinero para los proyectos más innovadores mientras que sus las empresas americanas tenían que salir a transpirar la camiseta como para enamorar algún accionista perdido por ahí. En este marco, la industria japonesa creció como un proveedor de insumos baratos para la economía americana, como lo es hoy China. Nintendo apareció vendiendo placas verdes con componentes electrónicos programados con juegos que eran un éxito comercial en las salas de arcade americanas mientras copiaba en el insípido mercado japonés productos inspirados en las primeras consolas occidentales pero también desarrollados en paralelo con el crecimiento de la industria de la computación personal en Japón. Sega también hizo lo suyo y la pelea embrionaria entre las dos empresas comenzaba a gestarse.

A mediados de los años ’80, el Banco Central japonés abrió las compuertas de la emisión de yenes (la moneda japonesa) generando una disponibilidad de fondos increíble para toda empresa que soñaba con conquistar el mundo. Las empresas de videojuegos japonesas tuvieron una ventaja competitiva radical para explotar sus experimentos más extraños y conquistar ese potencial mercado norteamericano que hace pocos años jugaba a ET y que dentro poco, soñaría con un fontanero italiano, un erizo azul, etc. En una economía orientada a la producción, existe un excedente de insumos a precios competitivos y estos bajos costos se trasladan a los precios finales de los bienes. No es casualidad que la Famicom de Nintendo haya sido una consola barata y fácilmente marketineable en el mundo. A su vez, el incremento de la riqueza de las personas producto de la burbuja financiera/inmobiliaria creaba un fuerte mercado interno en Japón para tener un puchito de reserva.

Cuando se piensa en la entereza de Nintendo frente a la burbuja de los videojuegos siempre queda un bache enorme en la historia: ¿por qué una empresa que estaba tan expuesta al mercado americano, logró salir airosa y con una posición dominante en muy pocos años mientras las empresas occidentales se hundieron en el quinto infierno financiero? Probablemente el entorno económico y esta cultura industrial que el gobierno japonés propició luego de la guerra, en conjunto con poseer las industrias culturales correctas, hayan logrado que las firmas niponas salgan sin ningún problema ya que en Japón, fallar no era una opción.

A futuro.

Esta historia sobre el Japón gamer no termina aquí: la burbuja financiera de los años ’80 también fue un período de inmensa prosperidad creativa para muchas empresas icónicas de nuestra juventud. Mientras la gente te crea, el dinero puede hacer muchas cosas copadas. En sucesivos artículos, intentaremos reseñar algunos aspectos particulares del maravilloso mundo de la industria japonesa de los videojuegos. Pero por hoy, es momento de tomar el warp zone para volver al siglo XXI.

"Cuenta la leyenda que cuando Gabriel tuvo contacto con una antigua pero hermosa Commodore 128 su vida cambió para siempre. Desde ese momento ningún día iba a estar completo si al menos no dedicaba parte del mismo a algún juego: Aventuras gráficas, juegos de estrategia y conquista, FPS e inclusive simuladores de vuelo o manejo lo han acompañado desde joven. Si bien el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos, sigue enganchado con los juegos y continúa fascinando con las nuevas tendencias del gaming como cuando era chico. Poseedor de una Playstation 4 mantiene en su corazón un lugar especial para Nintendo, la empresa que más satisfacciones le dio con esa bestia que se llamó SuperNES."