En un rapto de nostalgia, Whipseey and the Lost Atlas intenta evocar aquellas tempranas épocas del género de plataformas, tiempos que aún conservaban simpleza en la jugabilidad sin enroscarse en ningún tipo de complejidad. En algún punto el desarrollador salvadoreño Daniel Ramírez logró su objetivo; el problema es que hoy es otra época.
La aventura comienza cuando el protagonista Alex es transportado a un mundo fantasioso en el que se transforma en el rosado Whipseey –un intento fallido de emular al emblemático Kirby-, quien debe recuperar orbes mágicos para restablecer el orden en Whipseeyland.
¿Es Kirby? No, es Whipseey.
Bien clásico, pero algo insulso
Sin otro preámbulo argumental, nos encontramos ante un juego básico de plataformas en dos dimensiones en el que contamos sólo con nuestro látigo –y nuestros pies- para sortear los obstáculos y enemigos que tímidamente nos arrojan sus breves niveles. La ejecución es fluida y lo suficientemente dinámica para entretenernos, aunque la experiencia se diluye ante el saturado mercado de juegos plataformeros de hoy en día. ¿Es disfrutable? Lo justo y necesario. ¿Es trascendente? No -aunque tampoco lo intenta ser.
Lamentablemente, Whipseey and the Lost Atlas no escapa de vicisitudes técnicas. Algunos saltos requieren una precisión innecesariamente específica –en un frame exacto- para evitar ser golpeados por villanos y arrojados al vacío. En otras oportunidades, nuestro látigo no ejecuta su acción aun cuando visualmente entra en contacto con su diana, sea esta un enemigo o una argolla para columpiarnos.
Algunas inspiraciones en sagas famosas –como Mario Bros. o el mencionado Kirby– resultan algo forzadas, al incluir enemigos calcados o texturas idénticas. Si bien se entiende el homenaje, por momentos la sensación resulta algo extraña al toparnos con elementos fuera de contexto.
En definitiva, Whipseey no pretende romper ningún molde. Con un estilo gráfico retro agradable y una música acorde al contexto, brinda una breve y nostálgica experiencia que si bien es satisfactoria, no consigue evocar la gloria de un pasado que, valga la redundancia, ya pasó.